miércoles, 21 de diciembre de 2011

Navidad

De todo corazón quiero dar gracias a todas por las palabras con las que me han abrazado los días pasados, no pude recorrer los blogs de todas, pero en este saludo reciban mi agradecimiento sincero y todo mi cariño!!!!
En estos días de pre- navidad, donde ya estamos a puro preparativos (les cuento que estuve horneando pan dulces a con 38 grados... je je...), quiero compartir algunas palabras de Frei Betto, escritas en la navidad de 1999, que me gustan mucho. Son un poco largas, pero las dejo por si tienen un ratito para leerlas... merecen el esfuerzo.   La imagen es de nuestro dibujante santafesino Juan Arancio.
 ¡¡¡Con mis mejores deseos de Feliz Navidad!!!




Mi lista de Navidad
—Frei Betto —
En esta Navidad no quiero al Papá Noel de las promociones comerciales, de las cenas pantagruélicas, de los regalos caros envueltos en papeles llamativos.
Quiero al Niño Jesús nacido en el corazón hecho pesebre, esperanza encendida en un prado de Belén; quiero a María cantando que los orgullosos serán despedidos con las manos vacías y los pobres saciados de bienes.
No quiero el Papá Noel de los mercados adornados del celofán brillante de las canastas con productos importados, de las botellas con que los necios ahogan sus tristezas maquilladas de alegría. Quiero al Niño palestino buscando una tierra en que nacer y vivir, al Niño judío heraldo de la paz en la tierra para los hombres y mujeres de buena voluntad, al Niño alejado de la estupidez de las guerras.
En esta Navidad ahorraré abrazos protocolarios y sonrisas forzadas, sentimientos retóricos y emociones que encubren la aridez del corazón. Quiero el amor sin dolor, la oración sin alabanzas, la fe unida al sabor de la justicia.
No quiero regalos de los ausentes, la litúrgica reverencia a las mercancías, la romería pagana a los templos consumistas de los shopping-centers. Quiero el pan en la boca de los niños hambrientos, la paz que llegue a los espíritus atribulados en los campos de batalla, el gozo de contemplar al Invisible.
En esta Navidad no quiero ese pavoroso intercambio de regalos entre manos que no se abren en solidaridad, compasión y cariño sin pudor. Quiero al Niño suelto en lo más íntimo de mí mismo, sembrando ternura en todos los prados en los que las piedras sofocan a las flores.
No quiero ese ruido urbano que estraga el alma, los oídos pegados a los teléfonos, el olfato condenado a sentir olores insalubres, la boca llena de palabras inútiles, carentes de verdad y sentido. Quiero el silencio de mi propio misterio, el canto armonioso de la naturaleza, la mano extendida para levantar al otro, la fraternidad de los amigos bendecidos por una perenne complicidad.
En esta Navidad no me interesan las oscilaciones de los índices financieros, las promesas viciadas de los políticos, las tarjetas impresas a granel, llenas de colorido y vacías de originalidad. Quiero las más tiernas evocaciones: el aroma del café colado en la mañana por mi abuelo, el sonido de la campana de la iglesia parroquial, el radio pregonando jabón Eucalol mientras mamá me miraba saltando en la tierra.
No quiero las amarguras familiares que se guardan como polvo entre los pliegues del alma, las envidias que me alienan de mí mismo, las ambiciones que me vuelven triste como las gallinas, que tienen alas y no vuelan. Quiero las rodillas dobladas en el atrio de la iglesia, la cabeza inclinada hacia el Trascendente, la perplejidad de José ante la inusitada gravidez de María.
En esta Navidad no iré a las calles atestadas de vendedores de bienes finitos, ni disfrazaré de algodón la nieve que se amontona en mis sinsentidos, ni instalaré campanillas falsas en el frontispicio de mi indiferencia.
Quiero el cuchicheo de los ángeles, la alegría desdentada de un pobre reconocido en su derecho, la euforia inmaculada de un bebé acogido en brazos amados.
No viajaré lejos de mí mismo, buscando una tierra en la cual yo mismo me sienta extranjero, hablando un idioma cuyo significado se me escapa. Hurgaré en lo más profundo de mi subjetividad, allá donde las palabras callan y la voz de Dios se deja oír como llamada y desafío.
En esta Navidad no llenaré mi verano con castañas y nueces, panetones y carnes grasientas. No dejaré resbalar lo que me queda de sensatez por el cuello de una bebida destilada. Pondré sobre la mesa a Dios encerrado en pan y en vino e invitaré a la fiesta a los hambrientos de bienaventuranzas.
No rezaré por la biblia de los que profesan el miedo, ni encenderé velas a los guardianes del infierno. No seré el escalador de ambiciones desmedidas, ni el sepulturero de utopías libertarias. Enarbolaré sobre el tejado la bandera de sueños inconfesados y sembraré estrellas en el jardín de mis encantos, allí donde cultivo la dulce pasión que me hace sufrir añoranzas de cuanto es tierno.
En esta Navidad haré con mis corbatas una inmensa cuerda para ahorcar el cinismo de las convenciones sociales y descenderé uno a uno los escalones de los poderes podridos, hasta ingresar en los subterráneos repletos de luz de los siervos de la esperanza. No encubrirá sentimientos ni encantos.
Andaré desnudo por las calles para que todos vean como el tiempo arrugo delicadamente mi piel, imprimió flacidez a esos miembros preñados de historia y me cubrió de pelos blancos como el frescor de la vejez coherente.
No aceptaré brindis de manos que no se tocan, ni iré a las cenas de quienes se devoran. No comeré del pastel que hincha corazones y mentes, ni dejaré que la aurora del Niño me sorprenda ahíto de sueño.
Alimentado como un pájaro, saldré de noche feliz guiado por la estrella de los magos; bailaré aleluyas entre las galaxias de la Vía Láctea y por la mañana injertaré poesía en cada rayo de sol para que todos despierten embriagados como si fuesen mariposas libres del capullo.
En esta Navidad no diré adiós al siglo que termina y al milenio que se acaba, en los cuales recibí la vida, la fe y más preguntas que respuestas. Pisaré cuidadoso entre muertos inocentes y alientos frustrados, y le preguntaré al monitor electrónico cuántos fueron los sinsabores diseminados por la fiera disfrazada de humano.
De acuerdo con el Niño dejaré que las aguas laven el reverso de mi piel y enseguida caminaremos silenciosos rumbo al nuevo siglo y al tercer milenio. Y yo estaré con los ojos fijos en el Niño para que su palabra se haga carne en mi corazón de piedra, cuidando de que él crezca desclavado de la cruz, exaltado por la victoria ineludible de la Resurrección.